Thursday, February 7, 2013

Vida urbana y perros



Los dueños de perros que viven en departamentos conforman una comunidad social que se puede descubrir en torno a cualquier plaza o parque urbano. Este tipo de comunidades existen en los cientos de parques y plazas repartidas por la ciudad. Incluso la conformación urbana de los barrios determinara la formación de estas comunidades sociales, las que se darán preferentemente en zonas de mayor densidad y departamentos en altura.
Estos microcosmos no solo articulan relaciones entre humanos, sino que humanizan las relaciones sociales de la urbe.

Desde la terraza del departamento en el centro donde vivimos por más de diez años, mi perra Mara solía instalarse a observar los movimientos de la calle y del parque bajo nuestro balcón. Se pasaba horas tendida, observando a la gente y a los autos que pasaban, y parecía no inmutarse con los molestos ruidos de sirenas de ambulancias, o con la retro excavadora que movió toneladas de tierra durante meses a solo veinte metros del lugar. Sin embargo expresaba su inquietud levantándose ágilmente cada vez que divisaba a un perro que entraba o salía de aquel territorio que dominaba. Agitaba la cabeza, retrocedía, luego avanzaba un paso; a veces manoteaba y rasguñaba la baranda. Si el perro que veía era un compañero de juegos habitual, emitía un ladrido agudo para llamar su atención a nueve pisos de altura. Pero eso nunca sucedía, abajo, los perros de la calle que habitaban en el parque no levantaban la vista más lejos que la punta de los faroles de fierro forjado. Mara esperaba hasta que el animal desapareciera de su vista y nuevamente volvía a la posición inicial, boca abajo, tendida, observando desde aquella atalaya, controlando cada uno de los movimientos, vigilando sin cesar ese pedazo de ciudad que dominaba.

Cada tarde, como si en su mente existiera un reloj de alta precisión, calculaba la hora de mi llegada, y un rato antes se echaba en el piso cerca de la puerta de entrada. Cuando las puertas del ascensor se abrían, Mara se levantaba y se quedaba pegada a la puerta, esperando ansiosa el sonido de mis llaves abriendo la chapa. Al verme, echaba las orejas hacia atrás como si estuviese corriendo una carrera de alta velocidad, y su excitación y acoso no cesaban. Mara quería hacer lo que había esperado pacientemente durante todo el día: Salir de paseo al parque. Yo intentaba cumplir a diario sus expectativas y los fines de semana y feriados el paseo era en la mañana temprano y duraba por lo menos un par de horas. Lo curioso es que Mara podía distinguir los feriados, a pesar de que nos levantábamos a la misma hora, desayunábamos lo mismo y todo parecía ser igual, su mirada desde temprano me pedía salir. Ese hecho fue uno de los tantos que nunca logré descifrar.

Antes de la llegada de Mara al departamento, el parque era para mí un bonito lugar frente al edificio en que vivía. Estaba allí pero pocas veces lo crucé caminando, hasta que los paseos se convirtieron no solo en la rutina de mi perra, sino en la mía, y descubrí un universo con leyes propias,  códigos especiales y personas habituales, y yo misma me convertí en una persona habitual más que se sumó al grupo. Curiosamente, muchas de las relaciones humanas que se articulaban en el parque, estaban directamente relacionadas con los perros. Y no me refiero solo a los dueños que paseaban a sus perros, que eran muchos, sino a esa manada de perros callejeros que había establecido un pedazo del parque como su territorio. Los perros con hogar estable eran siempre bienvenidos por los de la calle, o al menos no atacados. Los basureros, barrenderos, jardineros municipales y vagabundos que habitaban el parque, eran solidarios con los animales sin dueño, y formaban parte de una micro sociedad que fui descubriendo con el tiempo. Los perros de la calle dormían cerca de los vagabundos, y en las noches de frio, se abrigaban mutuamente. 

Los que teníamos perro e íbamos regularmente al parque, nos saludábamos cada vez que nos cruzábamos, y algunas veces de tanto vernos nos hacíamos amigos. Uno de los códigos más claros, era que si tenías perro tenías el derecho de hablarle a alguien desconocido (también con perro), y si algún desconocido con perro te hablaba era lógico contestarle, pero si no tenía perro y te hablaba, entonces esa persona mostraba una actitud inadecuada. Dentro de los códigos urbanos, hablarle a alguien sin un fin especifico, solo para iniciar una dialogo, se siempre un acto sospechoso. Pero con perro es otra cosa. Existe un código silencioso entre aquellos que tienen perros en departamento. Hago hincapié en el hecho de vivir departamento ya que eso significa un alto grado de compromiso con tu mascota. Debes sacarlo al baño, a lo menos dos veces al día, y también a pasear ya que el departamento no les permite correr, enterrar huesos, hacer hoyos en la tierra, y todo ese conjunto de actividades propias del género perruno. (Aunque de vez en cuando debo decir que Mara enterró huesos en algún macetero.

Los dueños de perros de departamento conforman una comunidad social que se puede descubrir en torno a cualquier plaza o parque urbano. Este tipo de comunidades existen en los cientos de parques y plazas repartidas por la ciudad. Incluso la conformación urbana de los barrios determinara la formación de estas comunidades sociales, las que se darán preferentemente en zonas de mayor densidad y departamentos en altura. Estos microcosmos no solo articulan relaciones entre humanos, sino que humanizan las relaciones sociales de la urbe.

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Wednesday, February 6, 2013

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